lunes, 25 de febrero de 2013

TE DOY MIS OJOS. COMENTARIO DE LA PELÍCULA


TE DOY MIS OJOS

La película “Te doy mis ojos” tiene entre otros méritos describir cómo son las cosas realmente en la terapéutica que hoy se emplea contra los maltratadores. Y como es una terapéutica que sólo va encaminada a eliminar el síntoma externo de la violencia, pero sin analizar las causas que la provocan, deja totalmente desamparado de recursos internos al agresor, porque como mucho lo que consigue es intentar que controle la violencia física, que no le peque a su mujer, lo cual no quiere decir que no la maltrate psicológicamente. Esos son los resultados reales de esas terapéuticas, pero ¿que sucede si la mujer lo deja? El personaje de esta película nos muestra un desenlace posible, lamentable por cierto, pero que a veces es real, que consiste en renegar del tratamiento psicológico, pensar no ha servido de nada, sobre todo cuando el que se somete al mismo lo hace con la esperanza de que de esa manera logrará retener a su mujer, pero no porque tenga conciencia de que él tiene un problema a resolver. Este tipo de hombres no encaran el tratamiento como una forma de aprendizaje emocional, de crecimiento para ellos, sino como quienes van a aprender las estrategias para jugar mejor la partida que intenta evitar el que sus mujeres los abandonen. En esta película, que mencioné más arriba, se ve muy claro. Él se queda absolutamente decepcionado porque no logra que su mujer retroceda a posiciones anteriores en su relación, posiciones donde ella estaba totalmente sometida y controlada por él, donde los dos juntos hacían un mundo excluyendo al resto, donde los dos juntos se unían y más que tú y yo, formaban un conglomerado indiferenciado de “nosotros”. El psicólogo que lo trata no lo ayuda a ello, porque está utilizando una terapéutica insuficiente, porque si no se analiza, no se ayuda a comprender las causas que le motivan esa violencia, lo único que se consigue es controlarla, o sea, que en vez de pegarle una patada en el estómago a su mujer, le pegue una patada a la puerta o se vaya de casa un rato, o le pegue a un árbol, pero eso no soluciona el problema. De hecho, el final de la película lo demuestra, cuando este hombre tira al río el cuaderno donde anotaba las cosas que el psicólogo le decía que apuntara cuando se sentía violento, al tiempo que expresa que eso es una mierda, desvalorizando todo el tratamiento. Visto este resultado, se puede inferir que este hombre cuando encuentre otra pareja, trasladará el mismo problema a otra nueva mujer que se vincule con él. ¿Qué es lo que le sucede a este hombre y a su mujer para quedar atrapados en un vínculo violento?

Si analizamos las dinámicas familiares de los dos personajes implicados en la película, vemos que ambos tenían algo en común, el hecho de haber sido ninguneados por sus familias, desvalorizados. Él es menospreciado por el hermano que lo explota salvajemente, haciéndolo trabajar en su obra sin una remuneración justa. Por otra parte, el trabajo que hace, vender neveras, lo hace sentirse muy interiorizado frente al hermano. Ella también ha sido maltratada por su familia, su madre no la escucha cuando ella le dice que está siendo maltratada, es más, le dice que lo tiene que aguantar, que ella misma –su madre-, también lo aguantó. La protagonista dice una frase muy fuerte cuando afirma que ella siempre se tuvo que tragar todos los marrones de la familia. Cuando los dos protagonistas se conocen hay un rasgo que los acerca poderosamente y es precisamente ese maltrato del que los dos han sido víctimas. ¿Qué le pasa a ella? Al principio intenta protegerlo a él ocultando el maltrato, silenciándolo, no expresa esa situación que vive porque siente que lo traiciona si habla de ello. Le da vergüenza por él, pero también le da vergüenza por ella misma. Hay una escena que a mí me pareció clave en la película: cuando ella está en el bar con unas amigas y ve a través del cristal a otra pareja que están discutiendo. Desde dentro del bar, una de las amigas pone un diálogo que imagina que es el que tienen los dos que están hablando fuera, donde ella reconoce frases que efectivamente ha oído y dicho en su propia relación de pareja. Ese es un primer insigth, una primera toma de conciencia de que lo que a ella le sucede no es tan original, ni tan exclusivo, que también hay otras a las que les sucede lo mismo. Eso le ayuda a desdramatizar y a sentirse más legitimada a seguir sosteniendo una vía que le permita rescatarse a sí misma por la ironía que descubre en el tono burlesco en que la amiga está imitando el posible diálogo de la pareja que se ve detrás del cristal. Esto es muy importante porque eso le permite establecer una mínima distancia, una mínima separación, que para que podamos hablar de amor, tiene que darse siempre, de lo contrario nos encontraríamos con una peligrosa confusión entre ambos, que lleva el germen de la violencia. Confusión quiere decir aquí fusión con. Ideal, no está de más señalarlo, propio del amor romántico.

¿Cuál es la evolución de esta pareja cuando ella se distancia de la fusión romántica? Que el maltrato del marido aumenta por el pánico que siente de perderla. También aumentan los celos, el desconcierto, la impotencia cuando ve que ella encuentra un trabajo como guía de un museo de arte y ve como se desenvuelve de manera afable con el público. Cuando ella llega a su casa después de esta escena él rompe el libro de arte que ella está trabajando, la desnuda y la lleva al balcón. Ella está aterrorizada, pero esa es la escena que marca el final de su relación y le da la fuerza para abandonarlo definitivamente. Hay una escena de la película muy importante para entender las corrientes afectivas puestas en juego, cuando el protagonista celoso le pregunta al psicólogo, refiriéndose a su mujer, porqué ella lo iba a querer a él, que sólo sabía hacer albaranes. Descubrirse con menos capacidades creativas que ella lo descoloca y lo hunde en la desesperación. Momento privilegiado de  sinceridad y de apertura que el psicólogo no sabe aprovechar y la respuesta que le da es lamentable porque le dice que ella lo quiere por que él no la maltrata, cuando justamente es lo que hace. Semejante tontería hace que él se vuelva a cerrar con el resultado indeseado de desconfiar de cualquier proceso terapéutico que pudiera emprender en un futuro. Son justamente los momentos de apertura del sufrimiento donde hay que aprovechar para interrogar, no para dar respuestas que obturen sentimientos que se acercan a la verdad más reprimida del sujeto. La película termina con la ruptura de la pareja. Ella se hace acompañar por una amiga para llevarse sus cosas del apartamento que compartía con su marido y él tirando el cuaderno de su terapia. Es de suponer que en una nueva relación, repetirá el mismo comportamiento de maltrato cuando su pareja se distancie del control que pueda establecer sobre ella. Reacción movida por el pánico de ser abandonado, que no ha podido resolver por haber aceptado un tratamiento que no es el indicado para solucionar estos problemas. Lo eficaz hubiera sido una terapia dinámica que llegara a analizar las causas de la violencia y no ofreciera sólo recetas inútiles para controlar sus manifestaciones.   

CLAUDIA TRUZZOLI
c.truzzoli@gmail.com

sábado, 23 de febrero de 2013

AUTORIDAD SOSTENIBLE


AUTORIDAD SOSTENIBLE

Partiendo del hecho incuestionable que nuestro psiquismo se forma a partir de las primeras impresiones recibidas en el trato con los otros humanos con los que nos toca convivir, tendremos que aceptar que la infancia es un período muy delicado donde se aprende el amor, pero también se asienta el resentimiento cuando el trato recibido es denigrante para una buena salud psíquica. La humillación y la inseguridad, la falta de sostén afectivo, son gérmenes de cultivo que pueden desembocar en conductas autodestructivas o bien en conductas asociales de diversa gravedad, pero en otros casos, en una degradación de la autoridad en autoritarismo. Una educación que mortifica y llega a extremos humillantes, sostenida por toda una ideología que pone el acento en que la letra con sangre entra, genera fácilmente la identificación con el agresor, convirtiendo a la persona humillada y mortificada en un personaje que devuelve el golpe, humillando y mortificando a los demás siempre que esté en su poder hacerlo. Es la historia de muchos líderes despóticos que han sido dirigentes de regímenes autocráticos, que han sido considerados por sus pueblos como héroes salvadores, sobre todo por representar un imposible yo ideal, propio de las fantasías de omnipotencia infantil, que no tienen límites a la hora de ambicionar potencia y poder.

Cuando alguien queda seducido por un personaje que encarna imaginariamente a una figura de este tipo, le está proyectando la posibilidad de ser omnipotente, ambición a la que el yo infantil nunca deja de aspirar. La fantasía es que si alguien puede lograrlo y una persona se pone bajo su cobijo, algún día también podrá ser como él. Los dirigentes de masas saben explotar muy bien esta fantasía y ofrecen a sus devotos seguidores una ilusión de pertenecer a un cuerpo social que agranda su dimensión psíquica. No hacen falta argumentos racionales para justificar las acciones nacidas del autoritarismo porque éste no se funda en la fuerza de la razón, sino que su razón es la fuerza, la imposición.  Esto queda ejemplificado en una frase tan corriente al uso de la pedagogía negra: “es así porque lo digo yo”, que obliga al sometimiento acrítico o a la rebelión indiscriminada a toda manifestación de autoridad.

La autoridad sostenible se diferencia del autoritarismo en la misma medida que se diferencia una manera imaginaria de pensar la autoridad de una manera simbólica. ¿Quién sostiene esa autoridad? Tradicionalmente se ponía en el padre, pero de esa manera se personificaba demasiado algo que es una función que puede ser desempeñada por cualquier sujeto, sea hombre o mujer, como bien se ha demostrado en una profesión donde son mayoría las mujeres, que tienen a su cargo la conducción de una cura, sea médica o psicológica. También en las familias atípicas con respecto a la nuclear tradicional, sean monomarentales u homomarentales, se puede sostener esta función simbólica por parte de una de las dos mujeres o ambas si ésta o éstas, asume o asumen la tarea de trasmitir que todos estamos sujetos a leyes, pactos, intercambios que nos limitan, que nuestra libertad termina donde comienza la de los otros, que ponen límites razonables a los caprichos, que domestican los genios rebeldes pero sin ahogar su creatividad, mujeres que sostienen lo que ordenan y se obligan a sí mismas a respetar lo que intentan imponer. Si en cambio, ceden al capricho de los hijos, se muestran débiles con ellos, no sostienen lo que propician, no se imponen a sí mismas el mismo criterio que exigen en las normas que quieren hacer cumplir, si varían de maneras de actuar o de opinión según el estado de ánimo o según el día, conducen a confusión y no sostienen una autoridad benéfica para el buen desarrollo de quienes educan en el respeto a los otros. Esto vale tanto para un padre como para una madre. Las conductas anárquicas pueden desempeñarlas ambos, así como las conductas de la buena autoridad. El  aspecto imaginario de esta función paterna, trasmite la imagen de un padre que da la falsa impresión de ser dueño de todo el saber, de todo el poder, sin nada ni nadie que lo obligue a ninguna privación en sus deseos, y un padre simbólico en cambio, es un padre que él mismo está sometido a la misma ley que intenta hacer respetar a los otros, actuando con una responsabilidad acorde con su función. Éste es el padre que se gana el respeto de sus hijos, que sabe poner límites que ayudan a crecer y fomentan la autonomía y el desarrollo futuros del sujeto que es educado de esa manera. Es un padre que enseña con su ejemplo, la responsabilidad que nos toca a todos asumir por nuestras propias acciones. Es el padre que ayuda a entender que una dependencia transitoria es necesaria hasta que el sujeto está en condiciones de ejercer su autonomía y cuando eso sucede, le permite y alienta la independencia de su criterio y de sus obras. Esa función puede ser desempeñada también por una mujer, porque se trata de una manera de posicionarse frente a la vida, que impulsa al respeto por la autonomía del otro, a reconocer su diferencia, a velar por su crecimiento y a saber ponerle límites para que no se convierta en un déspota futuro. Ese lugar simbólico es el del gobernante que se gana el respeto de sus votantes, porque se obliga a sí mismo lo mismo que impone a otros en nombre del bien común. Evidentemente esto no es lo que ocurre en la actualidad en muchos gobiernos. Asistimos más bien a la puesta en escena del aspecto más descarnado del autoritarismo, lo que propicia la falta de escrúpulos y la forma más salvaje del egoísmo que tiende a una acumulación de riqueza en manos de unos pocos con total desprecio por todo lo que no pase por sus propios intereses particulares.    

La autoridad sostenible y respetada por los otros se fomenta con el amor, la razón y los límites, con la renuncia a querer aspirar a la imagen de omnipotencia, a querer gozar de una situación de poder frente a los más frágiles pero siendo capaz de sostener una fuerza basada en la necesidad de ejercerla cuando hace falta, pero no para satisfacer un deseo ególatra que busca reafirmarse con la sumisión de los otros. Si no se pone coto a la ambición humana al poder, ésta puede extralimitarse con las consecuencias nefastas para la vida familiar y social engendrando individuos que nunca tiene bastante en su afán de dominio, protagonismo y/o deseo acumulativo de riquezas materiales en donde sostener su imagen ostentosa de poderío para diferenciarse de los otros carentes del mismo y acercarse de esa manera al ilusorio yo ideal de la omnipotencia infantil. Un ejemplo extremado de ello es ambicionar la conquista del mundo en nombre de una creencia de pertenecer a una raza superior, como sucedió en el nazismo, por ejemplo.

Por un quítame de ahí esas pajas, como cantaba Joan Manuel Serrat para denunciar esas ridículas peleas donde los hombres son capaces de matarse con tal de demostrar quien la tiene más larga, es la didáctica expresión popular de lo que está en juego cuando se habla de autoritarismo, por el peligro que entraña semejante competencia. Un aprendizaje de los límites que cada uno de nosotros tenemos sin que eso signifique una humillación es necesario para no caer en semejantes desatinos. Pero ese aprendizaje tiene que estar reforzado y equilibrado con el reconocimiento y el aliento dado a nuestras aptitudes, para que de esa manera se vaya cimentando la confianza en sí misma de la persona en formación. Eso se logra con más facilidad cuando quienes desempeñan la tarea de educar primero en la familia, -los padres- más tarde en la escuela,  -los enseñantes-  son personas que deben distinguir la autoridad respetable del autoritarismo. Buscar el estímulo y la motivación más que el sometimiento, la comprensión de las circunstancias que ponen en riesgo la caída de las motivaciones y la búsqueda de soluciones, más que el castigo de quienes no cumplen con las tareas propuestas.

La autoridad sostenible no es la ausencia de límites ni la falta de pago de una deuda que se contrae cuando se comete una transgresión a normas o deberes. La autoridad sostenible pone el acento en la responsabilidad de cada uno y tiene que saber fomentarla, sostenerla y hacer pagar de alguna manera a quien no quiere asumirla. Los hijos distinguen muy bien cuando son castigados con razón, porque cuando el mismo es arbitrario, eso genera mucha confusión y ansiedad.  Tener unos padres o una figura singular, como podría ser el caso de una familia monoparental, que sostuviera una posición de autoridad sostenible, es el mejor ámbito que se puede ofrecer a un sujeto para un desarrollo psíquico saludable, que capacite su autonomía y su creatividad. La autoridad sostenible combina en un adecuado balance la humildad para dejarse interpelar y la firmeza para hacer respetar las normas de convivencia cuando es necesario hacerlo, normas a las que también se somete quien educa. Una puerta puede abrirse o cerrase al sujeto dependiendo de lo que le ofrezcamos como identificación con la fuerza. ¿La tiene más quien ordena y grita o quien escucha y a la vez que enseña también aprende del otro? ¿La tiene más quien es rígido e inapelable o quien reconoce su vulnerabilidad, la integra en sí mismo y sabe usar la fuerza cuando hace falta? 

Nunca será posible crecer en autonomía y salud mental con la obediencia ciega y el sometimiento incuestionado a cualquier figura despótica que exija esas actitudes, puesto que anulan el pensamiento crítico y sólo sirven para sostener el poder de aquellos sujetos que necesitan compensar su falta de fuerza psíquica con un despliegue de fuerza externa. Lo mismo da que sean gurús de una secta, líderes de movimientos de masas o políticos ambiciosos, lo que los diferencia son los ámbitos en donde se mueven pero lo que los asemeja es el engaño de la imagen de sí que quieren vender para tener en su poder la voluntad de quienes los idolatran. 

CLAUDIA TRUZZOLI
Extensión de mi artículo publicado en la Revista Mente Sana n. 87
            


    

ACERCA DE LA VIOLENCIA CONTRA LAS MUJERES


ACERCA DE LA VIOLENCIA CONTRA LAS MUJERES

Hablar de violencia de género es una manera un tanto tramposa de nominar un fenómeno que sufren de manera muy mayoritaria las mujeres. Persistir en llamarlo así en los medios de comunicación, induce falso  mensaje de igualdad entre hombres y mujeres porque sugiere que los dos géneros padecen la violencia. Incluso no faltan las voces de mujeres que defienden que los hombres también son maltratados. No voy a negarlo, pero el maltrato en todo caso cuando se dirige a un hombre es más un maltrato psicológico, porque estadísticamente se conocen muy pocos casos donde la violencia contra un hombre en el ámbito doméstico haya terminado en asesinato. Algunos de estos casos lo han sido en defensa propia o por hartazgo de sufrir malos tratos y temer por los propios hijos que no sólo son espectadores sino víctimas. En cambio, ese final de la violencia contra las mujeres es un hecho tristemente frecuente.

Hay factores sociales que alimentan la violencia de los hombres, de algún modo la disculpan, cuando no la avalan. Esa violencia es machista. Las falsas creencias de que los hombres son naturalmente violentos, que son así por consumo de alcohol, que tienen baja autoestima, que han sufrido violencia hacia ellos mismos, que tienen problemas psíquicos, que son enfermos, que no se pueden controlar, son algunas de las más frecuentes que componen el imaginario social con respecto a este fenómeno.

La naturalización de la violencia masculina es el resultado ideológico de  la jerarquía de género que coloca al hombre en un lugar de privilegio frente a la mujer a quien desvaloriza de algún modo y sobre todo, le niega su carácter de sujeto deseante, excepto cuando sus afanes se dedican al cuidado y al servicio de otros. Todas las falsas creencias que he mencionado tienen en común la disculpa hacia el comportamiento masculino violento, buscando la responsabilidad de sus actos fuera del sujeto que los comete.

Por ejemplo, si su violencia se justifica por el alcohol, se olvida que el alcohol por sí mismo no inventa nada que ya no esté presente antes de su consumo en los impulsos, emociones, sentimientos del sujeto. Lo único que hace el alcohol es liberar las trabas que los frenan. Un hombre que pega no pega porque ha bebido, bebe para poder pegar sin culpa. Presenciando grupos terapéuticos de hombres violentos, éstos han llegado a reconocer que las mismas excusas que se daban a sí mismos para justificar sus actos, no eran suficientes como causa y empezaban a sospechar que había algo que se les disparaba que no tenía relación con circunstancias ocasionales. Además si en los procesos judiciales, el alcohol es sino un eximente sí un elemento que reduce la culpa del hecho, ¿por qué  se considera un agravante en los accidentes de tráfico?

Cuando se invoca como causa la dificultad de controlarse como algo específicamente masculino, se está naturalizando la violencia como algo propio del carácter masculino que se asienta en cuestiones biológicas, genéticas, hormonales. Pero un hombre que pega sabe muy bien cuando  puede hacerlo y con quien. De hecho no se descontrolan con quien perciben que es más fuerte que ellos o tiene más poder, o cuando les interesa dar otra imagen de sí mismos. Hay hombres de apariencia normal, incluso amables o seductores socialmente, que nadie creería que pueden ser brutales en su casa.

¿Baja autoestima? No todos los casos, hay algunos que su autoestima la tienen bien alta, aunque expuesta a la fragilidad porque dependen del reconocimiento que les haga sentirse ejecutores que tienen que ser obedecidos. Cuando sus mujeres dejan de ser sumisas más que considerarlo como un cambio de posición subjetiva que las lleva a querer defender un derecho a desear algo por y para sí mismas, lo sienten como una provocación y se sienten justificados a ejercer violencia para restituir la relación de poder anterior que sienten amenazada. No todos los hombres maltratados se convierten en maltratadores, algunos de ellos se rebelan contra esa marca y luchan por no repetir lo mismo. Nada es tan mecánicamente causal en el sujeto humano. Hay una responsabilidad ética por los propios actos que es ineludible.

Nuestra sociedad aún tiene una deuda pendiente hacia las mujeres en muchos ámbitos y  tomar medidas de prevención de la violencia partiendo de la base del reconocimiento del derecho a la igualdad cívica, moral y  jurídica que merecen las mujeres. Esto implica mucho más que la formación en perspectiva de género de los especialistas que intervienen en ella. Educar favoreciendo la coeducación en las escuelas, que dicho sea de paso, contribuiría a disminuir el bulling que se dirige hacia los más débiles, privilegiando mensajes que descalifiquen las actitudes violentas cuyo trasfondo es sexista y penalizando a aquellos que las favorezcan. Intervenir seriamente en el ámbito de la publicidad censurando y penalizando los contenidos sexistas desvalorizantes, o violentos contra las mujeres, como por ejemplo, publicidades que sugieren atropello, violación, premios en los video juegos cuando se elimina a mujeres embarazadas, discapacitadas o sujetos marginales. En el ámbito penal, formando a los jueces con una mirada de género para evitar sentencias aberrantes en casos de maltrato o de custodia por los hijos en casos de divorcios contenciosos que favorecen a quien no deben por desconocimiento prejuicioso de realidades familiares. En el ámbito sanitario, destinar más recursos públicos a la creación de centros específicos de atención para promover terapias eficaces que intenten solucionar las causas de la violencia promoviendo un cambio en la subjetividad de los implicados en ella.

Más allá de la retórica del discurso políticamente correcto, obras son amores.

CLAUDIA TRUZZOLI

Un resumen de este escrito se publicó  en la sección La Tribuna de  EL PERIÓDICO el viernes 25 de noviembre de 2006. 

PD.: una forma de violencia sutil es ignorar a una mujer cuando su mensaje incomoda. Por ejemplo, cuando Ada Colau intentó entregar un documento de denuncia a unos diputados en el Parlamento, ni siquiera le dirigieron la palabra, le dieron la espalda, con una aparente indiferencia. Esa forma de violencia es más dañina que una bofetada, que también lo es. Pero es más dañina, porque se le niega cualquier tipo de valor a quien se dirige. La bofetada parte del odio, pero implica una vinculación, negativa, pero vinculación. La indiferencia es mortífera.


domingo, 17 de febrero de 2013

LAS VIUDAS DE LOS JUEVES, de Marcelo Piñeyro




 LAS VIUDAS DE LOS JUEVES

 El título de viudas a las protagonistas les viene porque los jueves sus maridos jugaban a las cartas, solos, en la casa de alguno de ellos. Casas situadas en un enclave de ensueño, un country de Buenos Aires, amurallado y con guardias de seguridad para aislarse y protegerse de las villas miserias que se encuentran apenas traspasados sus muros, donde conviven los cuatro matrimonios que protagonizan la película, intentando tener buenas relaciones de vecindad que les permitan fabricarse la ilusión de que son como una familia. Todo parece encantador mientras la mirada valore la lógica de los bienes materiales, ajena a cualquier otro matiz que incluyera algo de la lógica de los sentimientos de los sujetos. El hilo común que une a personajes con historias particulares tan diferentes es disfrutar del lujo de su modo de vida pero a la vez, negando el vacío y la soledad que abruma a cada uno de ellos con distintos disfraces: cinismo, negación del vacío, de la culpabilidad por hacerse de dinero a través de medios deshonestos, un elogio del poder que enmascara la falta de satisfacción profunda que los mantiene solos con su angustia.

Gustavo (Juan Diego Botto) es víctima de celotipias que hacen que sueñe angustiosamente con matar a su mujer y en la vida despierta la golpea cuando presume imaginariamente que ella le es infiel con otro de los vecinos. Ella atrapada en el amor que le tiene se cree imprescindible para curarlo aunque le tenga mucho miedo y sufra por los golpes. Ser imprescindible para curar a su marido  del tormento de sus celos, es una creencia bastante común en mujeres maltratadas por la fantasía de ser salvadoras a través del amor. El Tano (Pablo Echarri) asume una conducta donjuanesca que le procura mucho éxito con las mujeres, menos con la suya, a quien ama pero no es correspondido. Es el que se presenta con su fachada más cínica y aparentemente menos culposa, haciendo alegatos racionales acerca del mundo que dado que está estructurado de tal forma hay que elegir entre ser explotador o explotado. No entiende que él nació en cuna de oro, como le recuerda Ronnie, (Leonardo Sbaraglia) en un diálogo que no tiene desperdicio, que para mantener este sistema de cosas hace falta que la felicidad de unos se edifique sobre la miseria de otros, que no valen salidas individuales ni democráticas en el sentido de la igualdad de oportunidades. Esto último, argumento ideológico tan grato al sistema de vida  capitalista liberal, por otra parte. La mujer del Tano, tiene un aspecto frío y desolado, toma antidepresivos para hacer su existencia menos dolorosa. Cuando ella y su marido hacen el amor, ese encuentro tiene un tono absolutamente mecánico y desprovisto de toda sensualidad, con conversaciones que sugieren que el escenario podría ser una sobremesa o charla de café más que un encuentro erótico. Erotismo que ella intentará buscar con Lala, la mujer de Martín (Ernesto Alterio). Éste está atravesando una crisis tremenda de pérdida de potencia por la caída de poder adquisitivo dado que le han despedido de su trabajo y no se atreve a decírselo a su mujer, que le cuestiona permanentemente su falta de carácter y le reprocha que no asciende en su trabajo por la misma razón. Comentarios que ponen en crisis su identidad masculina edificada sobre el éxito y el dinero. Comentarios a los que se suma su hija desafiando constantemente a su padre –Martín- mostrándole su impotencia, su falta de autoridad para con ella. Resultado de este estado de cosas él  sufre  episodios de hipertensión que se sintomatizan a través de hemorragias nasales y crisis de ansiedad. Una escena es muy ilustrativa y de un extremo patetismo que muestra la falta de unión entre él y su mujer es cuando la cámara lo enfoca en una conversación que se supone que tiene con ella, donde le dice que debería haberle dicho antes que estaba sin trabajo pero que lo esencial es que están juntos, y cuando la cámara se desplaza hacia el lugar donde supuestamente debería haber estado ella escuchando, se encuentra un sillón vacío.
El único que parece tener una cierta sensibilidad social y personal es Ronnie, quien siente una cierta culpabilidad por vivir como vive, a costa de la miseria que sacude el país en tiempos del corralito, que reconoce la importancia que tiene en su vida el amor que siente hacia su hijo, que reconoce su soledad, que puede expresar sus sentimientos, a pesar de la superficialidad del entorno que le rodea.  Superficialidad que se muestra ganadora en una escena entre Martín –angustiado por guardar el secreto de su desempleo- y el Tano que al verlo así, le dice que tiene que contárselo a su mujer pero que sea cool, un estilo que corresponde bien a la lógica superficial y negadora de sentimientos que corresponde a una determinada clase social que sólo aspira al tener como pilar que sostiene su prestigio.

Los dos únicos hijos adolescentes que aparecen en la película, llevan una existencia bastante vacía de estímulos saludables. Una es la hija de Martín, que intenta escapar del vacío a través del consumo de droga, que a su vez vende a otros adolescentes del mismo entorno intramuros. Droga que le es proporcionada por el guardia de seguridad del country. No hay ninguna comunicación ni espacio personal para ella dentro del ámbito familiar. Su madre, Lala, esposa de Martín, sueña con llenar su vacío con algún hombre que le haga sentir viva y ésa parece ser su única aspiración demás de exigir a su marido que gane más dinero y sea más agresivo. Martín es el único que intenta poner algún límite a su hija adolescente, pero como ésta asume el discurso descalificador de su madre con respecto a su marido, desprecia a su padre, lo desafía a que pruebe que puede impedirle algo, repitiendo las críticas-reproches que lo descalifican como hombre por no responder al modelo del ejecutivo triunfador agresivo. Él, que comparte la misma valoración de  modelo de masculinidad clásico de una clase social privilegiada, se queda paralizado y no puede reaccionar, permitiendo a la hija que haga lo que quiera, aún sabiendo que está coqueteando con drogas.
El otro hijo adolescente es de Ronnie, quien también está en paro desde  bastante tiempo pero es el único que tiene una sensibilidad social más acusada, un sentido crítico que le hace sentir cierta distonía con respecto a su forma de vivir en el country, una forma de ser alternativa a la masculinidad tradicional que se pone de manifiesto cuando su mujer le reprocha que es la única que trae dinero a casa –puesto que ella se gana la vida vendiendo  propiedades dentro del country- y él le responde con un gran sentido del humor que puesto que durante muchos años él ha soportado los inconvenientes de su género, no le viene mal a ella soportar los del suyo. Sentido del humor unido a sensibilidad social y también personal que le permiten manifestarse más comunicativo y humano al expresarle a su hijo que le quiere, hacen posible que este personaje se salve de la destrucción personal que terminará con el suicidio de los otros tres. Y también que su hijo les pida que se vayan de ese lugar donde viven. Hay una escena familiar muy graciosa donde Ronnie y su mujer están conversando acerca de dinero y como su hijo se aburre, pide levantarse de la mesa. Su madre le contesta que se quede, que no saben nada de él, que se implique, que participe. Por una parte lo incita a hablar de lo que le preocupa, pero cuando él lo hace, el tema no gusta a su madre porque cuenta una anécdota relacionada con la sexualidad –preocupación más que monotemática para un adolescente-. Es triste la ceguera que manifiesta con el hijo cuando le reprocha su manera de vivir, diciéndole que no entiende porqué es así si tiene todo lo que le hace falta. La incongruencia es cuando señala el afecto, porque es evidente que las preocupaciones del hijo no tienen espacio si no coinciden con lo que les preocupa a los padres.   

La película comienza con una escena donde se ve a tres hombres muertos flotando dentro de una piscina. Más tarde se sabrá que se trataba de un suicidio. Suicidio anunciado por el más cínico de ellos en una escena donde comienza una disertación aparentemente filosófica acerca de la muerte, para sugerir a los otros la idea suicida –un accidente eléctrico en la piscina por la caída al agua del aparato de música mientras ellos nadan,- que les permitiría cobrar a sus mujeres una cuantía de dinero importante gracias al seguro de vida. Discurso que los otros escuchan y secundan a juzgar por la consecuencia que provoca: los tres mueren electrocutados en la piscina. Se salva Ronnie, el más sensible, que si bien se alerta por la conversación, se detiene a preguntarles si es una broma lo que están diciendo, quiere creer que lo es y se retira a su casa a descansar. Evidentemente, no es casual que se salve él porque es el único que parece no ser víctima de un discurso triunfalista y a pesar de las contradicciones entre sus ideas y su modo de vivir, mantiene viva la lógica del ser que le permite valorar el amor a su mujer, a su hijo, la compasión por la gente expoliada de sus ahorros por el famoso corralito argentino, cuando ve las imágenes de desesperación de la multitud que protesta frente a los bancos por no poder acceder a sus ahorros. Medida que se convirtió en pérdida de los mismos. Robo ejecutado por el gobierno. Esto motiva una conversación con el Tano en una escena anterior al desenlace, donde Ronnie le expone su reserva moral frente al modo de vida que estaban llevando, diciéndole que la riqueza de ellos se sustentaba con la miseria de otros. Argumento al que el cínico Tano responde que pasada cierta edad nadie sobrevive sin culpa.  Sin embargo, que a este personaje cínico se le haya ocurrido la idea de suicidarse junto con los demás, no sólo es resultado de una lógica coherente con el tener, porque quiere asegurar un bienestar a su mujer por cobrar el dinero del seguro de vida frente a un sistema económico que se desmorona amenazando la continuidad de su nivel de vida confortable. También es resultado de la humillación que le supuso ser rechazado por ella públicamente cuando asistió al funeral de una residente del country con quien había negociado prestarle dinero anticipado a cuenta de la totalidad de su seguro de vida. Cuestionado públicamente por habérsele pedido que se retirara del lugar, él reaccionó  con rabia diciéndoles que los privilegios de su  modo de vida no venían de la nada, cuestionándoles que querían ser excepcionales, poderosos, disfrutar de un bienestar económico pero sin ensuciarse las manos en cómo adquirir el dinero que les permitía hacerlo. En esa misma escena, pretendió retirarse con su mujer pero ésta se resistió con un gesto de desprecio y se fue sola. Más tarde se encerró en la habitación de matrimonio, impidiéndole el acceso a su marido. Es la primera vez que Tano se entera de que su mujer le cuestiona moralmente, no le quiere y eso lo derrumba.

La ironía de la película es que muestra que las mujeres de estos  hombres, excepto la de Ronnie, aunque aparentemente no participen de la misma lógica, también están atrapadas en el mismo engranaje perverso. Cuando Ronnie, movido por una intensa culpabilidad, les dice que las muertes de los otros no han sido por accidente sino que ha sido un suicidio, mujer del Tano le reprocha que les diga eso, que sus hijos no pueden pensar que sus padres se han suicidado, para finalmente decirle que si lo que él pretende es que no cobren el seguro de vida y pregunta abiertamente si es que él ha hecho algún arreglo con el seguro para negociar quedarse con parte del dinero que se les debe a ellas, dado que saben que él hace tiempo que tiene dificultades económicas. Reacción que motiva el estupor de Ronnie y la indignación de su mujer que las echa de su casa. Si hay algún mensaje saludable en esta película es que muestra que al final, los que se salvan son los menos adictos a un modo de vida suicida, porque quien empeña su vida en el logro de un bienestar a cualquier precio, olvidándose de atender aquellos aspectos sensibles que sostienen la vida emocional, está condenado a padecer un sensación irrecuperable de vacío cuando se da cuenta que su vida pasó por su lado sin tocarlo y no pudo disfrutar de aquello que creía equivocadamente que los bienes materiales por sí solos le procurarían.

CLAUDIA TRUZZOLI
Ex Presidenta de la Sección Dones del Copc
Publicado en la Revista n 224 del Colegio de Psicólogos de Cataluña

QUELQUE CHOSE À TE DIRE, de Cécile Telerman


QUELQUE CHOSE À TE DIRE

Una magnífica película, a pesar de la inadecuada traducción de su título, que dada su simpleza, no puede menos que hacer pensar que se trata de una comedia de segunda categoría pues nadie con un espíritu inteligente podría pensar verdaderamente que toda la responsabilidad de los problemas familiares es de una sola persona, en este caso la madre. La directora, Cécile Telerman, tiene un excelente reparto de actores y actrices. Charlotte Rampling, actriz de gran poder gestual, hace el papel de Mady Celliers, la madre en esta familia, Pascal Elbé hace el papel de Antoine, el hijo que ella ha tenido cuando era muy joven con un profesor suyo, casado, que conoció cuando estudiaba en la escuela de Bellas Artes y quien nunca quiso asumir esa paternidad. Patrick Chesnais,  en el papel de Henry Celliers, el marido enamorado de Mady, que se casa con ella a sabiendas de su situación, y asume a este hijo como suyo, habiendo un pacto tácito entre el matrimonio de que será un secreto a guardar de cara al resto de la familia que vendrá después. En efecto, ellos tienen otras dos hijas. Mathilde Seigner en el papel de Alice, es una de las hijas, pintora un tanto excéntrica en sus temáticas y la otra hija (Sophie Cattani en el papel de Annabelle Celliers) es enfermera.

En esta familia, la madre que ha tenido un hijo con el pintor del que se había enamorado en su juventud, siendo él un hombre casado entonces, ella lo había amenazado con contarle todo a su mujer si él no se separaba de ella.  Razón por la cual él se retira furioso, tiene un accidente de moto y muere dos días después. La muerte del pintor al que amó la encierra en sí misma, se rodea de un caparazón de cinismo, maltrata a sus hijas y a su marido, a veces de manera cruel. No puede evitar una profunda ambivalencia por sentirse atrapada en una familia y un modo de vida que seguramente no es el que había soñado ni tiene el marido ni la familia que hubiera querido tener. Y ese resentimiento, fruto de un duelo que no pudo resolver, se lo hace pagar a todos. Por eso la hostilidad constante con el marido, con quien ella se casa para dar una apariencia aceptable socialmente a su situación y la de su hijo, pero al que no logra estimar.  Toda la trama de la película se centra en este punto central y las consecuencias que esta decisión acarrea para este hijo, las otras dos hijas y la relación del matrimonio.

La pregunta es por qué un hombre como el marido, que representa a un buen burgués, hombre de negocios exitoso, adinerado, complaciente al extremo, decide casarse con una joven que no lo ama y hacerse cargo de la paternidad de un hijo que no es suyo para ayudarla a ella. ¿No nos encontramos aquí con lo que una gran agudeza freudiana nos hizo saber en otros tiempos del espíritu salvador que algunos hombres ponen en juego con mujeres que sienten que se han descarriado y cómo ese sentimiento tiene sus raíces en los celos edípicos? Este hombre, este marido no querido, en el momento en que el matrimonio festeja lo que llaman sus bodas de amianto, -el hijo dice de zafiro-,  representadas irónicamente por un corazón de chocolate encima de la tarta encargada para el evento, -al que no acuden ninguno de sus hijos-, le dice a su mujer que la deja, que se va a vivir a la orilla izquierda del Sena porque siempre le gustó más y que sólo vivían en la derecha porque a ella le gustaba. Cuando ella, repuesta de su sorpresa y no creyéndole demasiado, le pide una explicación, él le dice que está demasiado cansado de vivir cuarenta y cinco años intentando hacer feliz a una mujer que no le quiere.

Mientras tanto, ¿qué pasa con los hijos? Alice, es pintora, como era su madre cuando joven. Es destructiva con su propia vida, hace abortos repetitivos, abusa del alcohol y drogas, su obra está llena de imágines de vírgenes agresivas, nada satisfechas con su maternidad. Hay una frase muy graciosa que dice para justificar esas imágenes, y es que a quien se le ocurre que una mujer tendría que estar feliz si se le presentara de repente un ángel anunciándole que va a tener un hijo sin haber participado de la situación que la llevaría a ello. Alice no interpone casi condición ninguna para acostarse con un hombre al punto que no conoce ni siquiera cómo se llamaba un camello que le metió en su bolso un paquete de cocaína para escapar de una redada policial. Ella es detenida y el policía que la escucha (Olivier Marchal en el papel de Jacques de Parentis) en la comisaría se compadece de ella, tira la cocaína por la ventana y la deja libre. Él también es un personaje triste, melancólico, más tarde sabremos que ha sido criado en un orfanato, abandonado por su madre cuando ella no pudo soportar la muerte de su marido. Y abandonado también por su padre -que era pintor- puesto que en su testamento dejó todos sus cuadros a ese otro hijo que nunca quiso reconocer y que resulta ser Antoine, el hijo de Mady. Alice, lo sabe desde el momento en que encuentran los cuadros y reconoce en ellos a su madre, pero no se lo dice a él, aunque sí a su madre, que lo niega.

¿Qué pasa con el hijo que la madre tuvo con su amor frustrado? Éste está casado con una genetista.  O sea, sabe perfectamente que de dos padres con ojos azules no puede nunca nacer un niño con ojos negros como los que tiene él. Pero ese saber que no quiere ser sabido lo encierra en la misma mentira familiar que se erige para mantener un secreto que no es tal. Ese secreto sólo puede ser descubierto y desvelada la verdad cuando el policía, le revela que su padre no es el que él cree sino el pintor que le dejó una herencia, que el policía pretende dividir por partes iguales. Curiosamente esa irrupción brutal de la verdad que quería ser ocultada, libera a Antoine, le da fuerza para poder decir a su padre adoptivo, al que siempre temió, que sus fracasos como empresario se debían a que a él nunca le gustó lo que hacía, sólo se mantenía en sus empresas por no decepcionarlo. Pero la ambivalencia está presente cada vez que un hijo responde a un ideal del padre que no es el suyo y la consecuente venganza, haciendo fracasar, en este caso, las empresas a las que su padre intenta salvar inyectando dinero. La pregunta que podríamos hacer es porqué este padre insiste en mantener a su hijo en una posición que le recuerda constantemente su impotencia porque fracasa en todas las empresas que emprende. La ambivalencia tiene caminos sutiles para expresarse, sobre todo cuando se disfraza de generosidad.   

La otra hija, Annabelle, es enfermera, pero recurre a la magia para aferrarse a un mínimo de seguridad frente al futuro incierto, a través de las predicciones del tarot. Su madre le dice que no podría soportar esa profesión médica donde tendría que encararse con la muerte y su hija le recuerda que ella quería ser enfermera, a lo que su madre responde frívolamente que lo había olvidado. Annabelle también tiene relaciones con un médico –casado- y quiere tener un hijo con él. Cuando finalmente se queda embarazada, le dice que quiere tenerlo, que quiere que él se separe de su mujer, a la que ella ya ha advertido de la situación porque quiere que sepa qué clase de marido tiene, él se marcha furioso con el coche a toda velocidad. Otra repetición de la historia de la madre con el pintor que amó. Lo sorprendente es que  supuestamente la hija no conocía ese episodio de la vida de su madre pues ese era el secreto familiar.

Por eso resulta de interés esta película, porque nos ofrece una cantidad de matices de los lazos familiares, de las trasmisiones de saber inconscientes de los presuntos secretos familiares que no son tales puesto que todos saben lo que no quieren aceptar que saben, todos están inmersos en una mentira aparente porque aunque saben la verdad nadie se atreve a decirla. También es interesante constatar cómo los hijos/as pueden repetir sucesos en su propia vida que en realidad pertenecen a la historia de alguno de sus padres o de ambos, sin ser conscientes de ello.

El policía es el único que desde el principio no oculta nada y que es el personaje catalizador que logra desarmar la trama mentirosa que envuelve a todos los demás. Es el único que dice la verdad, a su mujer, cuando no niega que tiene otra relación con Alice, a Antoine, que resulta ser su hermano por parte de su padre, a Alice, cuando le comunica que su mujer está embarazada, a su propia mujer cuando le dice que se separa pero que cuidará de su hija, a su madre con quien es muy crudo al decirle que nunca ejerció de tal. Cuando toma la decisión  de separarse de su mujer coge su moto y se dirige velozmente a comunicárselo. Aquí empiezan a entrelazarse escenas donde hacen presentir el accidente de moto que tendrá al estamparse con un coche que supuestamente podría ser del médico amante de Annabelle. Ésta es quien logra revivirlo del paro cardíaco que sufre  con el accidente.  

Pero la enseñanza que deja la película y el  buen sabor de boca es que desatada la verdad, no sólo no se produce ninguna tragedia, sino que todos se liberan de las cadenas de silencio que habían tejido alrededor suyo intentando preservar unos lazos familiares. Estos lazos que al pretender fundarlos en realizaciones ideales, oprimen, generando rabia, impotencia, desolación, por el esfuerzo constante de mantener silenciados los verdaderos sentimientos, que son más complejos y contradictorios. Silencio opresor por el temor a la destrucción de una presunta paz familiar –ficticia por estar fundada sobre mentiras-. Pero todo lo reprimido vuelve de alguna manera, como el síntoma con sus soluciones de compromiso y aquí vuelve en forma de agresiones sutiles y/o más o menos explícitas.  Cuando la verdad de los sentimientos de cada cual hace acto de presencia manifiesta, casi todos mejoran su vida.

Antoine reencuentra a un hermano, se encariña con él, le está agradecido por haberle revelado la verdad y ambos crean una fundación para acoger a jóvenes talentos –buena metáfora de la fundación de un vínculo amoroso que une a ambos hermanos porque comparten el no haber sido reconocidos por su padre-, vínculo que queda reforzado por un proyecto común que les soluciona sus vidas. Antoine encuentra una ocupación que le gusta y el haber conocido a Jacques le permite un sostén identificatorio importante porque es testigo de cómo su hermano puede ponerle límites firmes a su padre adoptivo, cosa que él nunca se atrevió a hacer. Jacques, por otra parte, puede comprarse la casa de su infancia con el dinero de los cuadros que su padre dejó en herencia para Antoine y que éste acepta generosamente repartir con su hermano. Alice se alía con el policía que se hace cargo de la hija que ha tenido con su exmujer y ambos se comprometen. Alice le hace saber que está embarazada, escena importante, porque ese hecho la pacifica, dado que en sus abortos repetitivos existía la preocupación de quedar imposibilitada para concebir. En una escena donde Mady se disculpa con su hija por no saber expresar sus sentimientos amorosos con ella y le dice que  ella tampoco se lo ha puesto fácil porque ni siquiera quería tomar el pecho, Alice le responde diciendo que hay que querer a los vivos, no a los muertos, porque los muertos no se enteran, frase que da de lleno en el meollo del duelo melancólico de su madre. Annabelle también tiene el hijo que quería con quien lo quería tener, pero repite la historia de ocultamiento de su madre, puesto que en la última escena familiar aparece casada con un hombre que no es el padre de su hijo y guarda silencio frente a un comentario que Mady le hace a su yerno, diciéndole que ese niño es su vivo retrato.

Parece que todo volviera a repetirse. La madre tiene una relación más cariñosa con su marido separado, al menos no está tensa, pero vuelve a iniciar el círculo de ocultamiento de la verdad sobre la paternidad del hijo de Annabelle, y ella participa de manera cómplice al callar. El padre está relajado y habla con su mujer de otra manera más cercana, pero también calla. Y supuestamente los hijos también se verán salpicados por el nuevo ocultamiento, aunque sin embargo, más relajados que antes de decirse toda la rabia que ocultaban.
De todas maneras, cuando la verdad es descubierta, no siempre quiere decir que sea asumida. Unos personajes habituados a la mentira, para salvar una apariencia de vida confortable, aunque no lo sea, de una familia conforme a las normas, aunque las corrientes subterráneas repriman la rabia a duras penas malogrando un vínculo que podría ser más amoroso, puede sostener por poco tiempo la verdad y las apariencias terminan imponiéndose, haciendo olvidar el precio sintomático y destructivo que tiene la mentira.

CLAUDIA TRUZZOLI
Ex Presidenta de la sección Dones del COPC

Comentario de cine publicado en la Revista n. 222 del Colegio de Psicólogos de Cataluña


domingo, 10 de febrero de 2013

AMOR, UN FILM DE HANEKE


AMOR, FILM DE HANEKE

Hace pocos días, he visto Amor, la última película del cineasta Haneke. Es de un gran impacto emocional porque pone el dedo en la llaga en el desamparo de las personas incapacitadas que quedan libradas a un cuidador/a familiar que es quien se hace cargo del caso. En esta historia, una pareja de ancianos, exprofesores de música y amantes de la misma, que se nos muestran teniendo una buena relación de cariño y comunicación, sufre un accidente inesperado que trastoca la vida de ambos. La anciana sufre un accidente vascular que sin saber que se trataba de eso, sorprende al marido que no sabe qué hacer hasta que solicita la ayuda médica. Resultado de la consulta, tienen que operarla de un coágulo que ha obstruido la carótida y que le provocó un episodio de ausencia del que ella no recuerda nada. Le previenen que los resultados de la intervención son buenos en general pero que hay un porcentaje que sale mal. A ella le tocó ese porcentaje bajo y quedó con un hemiplejia que le paralizó el lado derecho de su cuerpo. El marido se hace cargo de sus cuidados que la película nos va mostrando con detalle, así como el deterioro progresivo de la enferma, que no pierde su lucidez. La humillación de que otros vean su deterioro, hace que ni siquiera quiera que su hija la vea. Ésta última, que no vive en París sino en Londres, se muestra dividida entre la angustia de ver el estado de su madre y el no aportar soluciones prácticas que disminuyan la sobrecarga del padre que es el único que cuida a su madre. Tal vez ese no querer asumir el drama familiar, es que se muestra tan negadora del estado de su madre, pues le hable con una total insensibilidad poco acorde  ala situación, de las inversiones inmobiliarias que han hecho con su marido y parece que han perdido dinero. Su madre casi no puede hablar aunque lo intenta y dice unas palabras a medias incomprensibles, aunque algo se escucha de una casa de la abuela. Se podría interpretar que intenta decirle algo que le alivie de pérdida de dinero mostrándole tal vez que podía tener un patrimonio inmobiliario. O tal vez se trate de un delirio. Su hija llora de ver a su madre así, intenta convencer a su padre que la deje en una residencia y él se  niega, por una promesa que le ha hecho a su mujer de no abandonarla en esas circunstancias. La hija tampoco se ofrece a compartir los cuidados de su madre. Hay una escena donde le reprocha a su padre que no conteste sus llamados y que ella y su marido están muy preocupados por la situación. Él le dice a su hija que  no tiene tiempo para ocuparse de su angustia, que si quiere hablar en serio de preocupaciones le conteste si estaría dispuesta a llevarse a su madre a su casa para cuidarla, a lo que ella no contesta. Él se queda cada vez más solo en los cuidados porque una asistenta que lo ayudaba ya no puede seguir y le recomienda a otra que se muestra totalmente incompetente dado el maltrato al que somete a su mujer. Cuando él la despide ella lo insulta. Él solo le desea que nunca se vea en situación de ser atendida por alguien tan insensible a las personas que no pueden defenderse. Luego tiene un sueño de angustia sonde se le ve caminando por el departamento con los pies desnudos metidos en el agua y una mano detrás suyo que le aferra del cuello como para asfixiarlo. Eso nos anuncia que ya no puede más. Su mujer está cada vez peor. ¿Cuál es el desenlace? Termina asfixiando a su mujer con una almohada mientras le acaricia la mano que ella le tiende. Hay una metáfora posterior, la de una paloma entra improvisamente al domicilio, él la atrapa con una manta y en vez de asfixiarla, la libera y la suelta en la ventana. ¿Es tal vez lo que consideró como un acto de amor hacia su mujer, asesinarla para dejar que estuviera sometida a la humillación permanente y al deterioro cada vez más grave de su estado? ¿Cómo un acto que salvara su dignidad cuando él la recuerda tocando el piano, dado que ella era profesora de alumnos que llegaron a ser brillantes? ¿Es también el cansancio de un hombre desesperado que ya no puede más sin ayuda eficaz contener a su mujer que se niega hasta a comer y beber como expresión obstinada de su deseo de acabar ese tormento de vida? El detalle de su marido buscando un vestido apropiado para  vestirla después de muerta, comprar flores para que la casa oliera bien, sellar la habitación donde estaba siempre acostada e inválida convirtiéndola en una tumba particular y familiar, el delirio posterior de él de creer que estaba hablando con ella cuando aún estaba bien y de que salgan a pasear juntos cuando ella aún podía cuidarlo recordándole que se pusiera su abrigo antes de salir a la calle, nos hablan del profundo amor y respeto a la dignidad de su mujer. La reflexión que duele y nos deja un mal sabor de boca es la falta de implicación en el cuidado del resto de su familia, hija y yerno, más preocupados por sus bienes materiales que por la vida de su propia madre, como lo muestra el final de la película cuando la hija entra en la casa desocupada y mira sus paredes con el cálculo frío de un interés inmobiliario. Y la crueldad compartida por el estado cuando no proporciona ayudas sociales de calidad para atender esos casos. Una película que conmueve profundamente, que nos plantea dilemas éticos importantes y que nos anticipa el futuro que le espera a personas vulnerables en una sociedad donde hay cada vez más personas mayores, libradas a la falta de cuidados ya sea por estar solas o al cuidado de un marido que ya no soporta la carga como en este caso. Una salida masculina que ya se ha visto en otros casos en la realidad, y sin embargo, hay que decir que no conozco casos donde la mujer asesine al marido porque ya no puede más. Un dilema ético importante: ¿vale más que la persona viva de cualquier manera o vale más respetar su dignidad cuando la misma no puede poner fin a su vida, lo que haría si pudiera? La película no deja de doler porque nos toca de cerca. Y los hechos narrados no son suficientes para expresar la inmensa ternura que se trasmite en toda la película. Duele, nos toca de cerca, porque pronto nosotros estaremos en una situación similar, ya sea como incapacitados o como cuidadores. ¿Qué haremos entonces?

CLAUDIA TRUZZOLI

sábado, 9 de febrero de 2013

EL BUEN HACER DE LAS PERSONAS CUIDADORAS


EL BUEN HACER DE LAS PERSONAS CUIDADORAS

Nuestra manera de vivir en el medio en que nos movemos nos exige una alta inversión de tiempo personal para el trabajo, agravado en tiempos de crisis donde se deben duplicar los esfuerzos para generar los ingresos necesarios para mantener un nivel de vida, que no siempre responde a lo que necesitamos, pero sí a los imperativos del consumo que nos inclinan más hacia la lógica del tener que al cuidado por el ser. Esta situación pone en un lugar difícil a las personas cuidadoras porque de lo que tienen que preocuparse es justamente del ser, dado que en sus manos está ofrecer cuidados a personas que por su deterioro físico o mental no pueden valerse por sí mismas, sea porque está disminuida o imposibilitada su movilidad o sea porque su deterioro mental se convierte en un peligro cuando están solas. Esto exige muchas renuncias personales.

También es importante el papel diferenciador que juegan en esta cuestión los estereotipos sexuales, porque tradicionalmente es a las mujeres a quienes se les ha adjudicado el rol de cuidadoras como si en lugar de ser un rol formara parte de su naturaleza. El cuidado resulta así asociado al “instinto” maternal. Estos estereotipos milenarios tienen tanta fuerza emocional que cuesta cambiarlos en los sentimientos profundos de las personas a pesar de que su conducta frente a los mismos pueda haber cambiado o incluso su manera de pensar. Hay una brecha importante entre el cambio de pensamiento y el cambio de actitudes y el cambio en los sentimientos, siendo éstos últimos los que más tardan en cambiar. Es en la vida cotidiana donde se muestran las expectativas de deseo que se dirigen a las personas que conviven. En cuestiones que pueden parecer banales como la responsabilidad por las tareas domésticas o de más importancia evidente como el cuidado de las necesidades de todos los que habitan la casa familiar, es por donde se filtran prejuicios, desencuentros, desengaños, heridas narcisistas que generan rencores, cuando se plantea la cuestión de a quién les corresponde realizarlas.

En una sociedad como la que vivimos tanto los hombres como las mujeres trabajan para mantener un nivel de vida como el actual, pero sólo es de las mujeres de quien se espera que inviertan su tiempo para hacerse cargo de un familiar enfermo o dependiente, o de los niños pequeños, aunque éstas trabajen también fuera de casa. También hay hombres –pocos- que se dedican a cuidar, pero el hecho de que lo hagan es visualizado como una heroicidad, una generosidad que habla de un carácter excepcionalmente bondadoso, mientras que cuando lo hace una mujer se visualiza como un deber que está cumpliendo, como algo que le toca hacer por ser mujer.

Aquí se nota la influencia que los estereotipos de género ejercen sobre la subjetividad. Los mismos hacen referencia a socializaciones primarias que se refieren al papel que deben desempeñar los hombres y las mujeres, que se convierten en mandatos sociales. Hay pocos hombres cuidadores y en general, salvo casos particulares, los que lo son, no se ven presionados de la misma manera al cumplimiento del cuidado porque los estereotipos clásicos de género no esperan de ellos que cuiden sino que sean proveedores de ingresos delegando el cuidado a las mujeres de la familia. Por esa razón cuando un hombre cuida se le atribuye desde fuera unas características de generosidad, de bondad, casi de heroicidad, que despierta la compasión hacia su persona y la comprensión si pierde la paciencia. Recuerdo una película muy entrañable, Kramer contra Kramer, donde justamente se ilustra la dificultad que tiene un hombre que tiene que hacerse cargo de su hijo pequeño porque su mujer decide que quiere dejar a su marido y a su hijo, para rescatar su creatividad como diseñadora. Este hombre pasa por todas las vicisitudes que sufre una mujer sola con un hijo pequeño en la misma situación: ausencias al trabajo porque el niño está enfermo y ese día no pudo contar con una canguro que lo cuidara. Dificultades de relación con las mujeres porque no le queda espacio ni tiempo emocional para eso. Tiene que aceptar un trabajo de menos exigencia para que le deje tiempo para poder cuidar de su hijo. En esta película, este padre despierta la simpatía y la compasión, el deseo profundo de que su situación cambie, porque se siente injusta. Es cierto que es un buen hombre y que es un excelente padre, pero la misma situación vivida por muchas mujeres, no recibe los mismos reconocimientos a los esfuerzos sacrificados ni al amor que brindan a los que sostienen. Y si alguna vez se queja, se la censura por no ser suficientemente generosa, cuando no, mala. Hay una amplia variedad de mujeres que además de hacerse cargo de la responsabilidad doméstica, asumen el cuidado de un familiar con un grado de invalidez o de una enfermedad que le imposibilita cuidarse a sí mismo. Eso supone  una sobrecarga que no siempre es reconocida por el entorno al que se dedica. Algunas deben dejar de trabajar fuera para dedicarse a ello, o las que siguen conservando su puesto de trabajo, deben dedicar un tiempo extra que las enfrenta a desgaste físico y emocional porque las personas dependientes suelen ser sus propios padres o madres, cuando no los suegros/as.

¿Cómo afecta esto a una mujer moderna que además sostiene su trabajo fuera de casa? Generando un doble vínculo que las enferma, porque los estereotipos que las inducen al cuidado de todos los integrantes de la familia –incluidos los enfermos o inválidos dependientes- le roban el tiempo que necesita para sí misma tanto para el necesario descanso como para sostener los ideales sociales del trabajo que las obligan a la eficiencia. Cuando el conflicto se hace insoluble puede producir síntomas psicosomáticos o una disociación entre el deseo de cuidar que se reconoce como propio y el deseo de reconocimiento que se siente como ajeno. Freud describió muy bien en su obra Lo siniestro  un proceso donde lo que alguna vez fue idealizado por el Yo, luego es expulsado y considerado ajeno, desconocido y hostil. Esto afecta a las mujeres en una sobre exigencia del deber de cuidar y al sentimiento de culpa por querer ser reconocidas y por disfrutar del placer de participar del dominio de la realidad través del trabajo en sociedad y del deseo de ganar dinero, de tener un tiempo propio para sí mismas. Es esta contradicción conflictiva la que hace que muchas mujeres sientan que no están donde deberían estar cuando no están cuidando a otros, sean niños pequeños o abuelos/as dependientes.

Los problemas de las crisis económicas, afectan de manera distinta a ambos sexos. En los hombres produce síntomas y conductas que intentan restablecer un equilibrio –fallido- frente a la situación de privación a la que se ven abocados, porque no están socializados ni preparados para enfrentarse a la impotencia. Si tienen que cuidar a otros, se sienten colocados en un rol que los feminiza y este es un conflicto que tienen que reconocer para atravesarlo y poder  cambiar de actitud. En las mujeres, el impacto de la crisis económica les afecta porque además de ser las peor pagadas, son las primeras afectadas por el recorte de servicios sociales, como la disminución de ayudas en la ley de dependencia, por ejemplo, y por sus condicionamientos de rol, aumenta la sobre-explotación del cuidado que se les pide que hagan de enfermos en la familia, niños, marido, trabajo fuera de casa.

Imaginen el caso de una familia donde el marido se queda en paro, tienen un anciano/a dependiente, niños pequeños, la mujer es la que trabaja fuera de casa pero su sueldo no resulta suficiente para mantener las necesidades de la familia. El marido deprimido, no habla, se vuelve irritable si intenta ayudarlo, niños pequeños imposibilitados de ver a la mamá como una persona que tiene sus límites, una persona dependiente que hay que atender ya que suele ser el padre o la madre de la cuidadora, o a veces, su suegra/o y que no admiten demora porque en muchos casos se convierten en niños pequeños cuanto más ancianos son. Ayudas oficiales ineficientes, ya que tienen que anticipar un dinero por servicios sociales de ayuda, que aún no les ha sido retribuido. ¿Cómo se soporta toda esa carga sin un alto coste de la salud tanto física como psicológica? Recuerdo un título de una obra de Carmen Rico-Godoy que se llamaba Como ser mujer y no morir en el intento. Nunca mejor dicho. ¿Cómo soporta un hombre sentirse desposeído del único valor en el que ha sido socializado que le obliga a ser exitoso, potente, adinerado y no se le ha enseñado a desasirse de los ideales patriarcales que no le perdonan la fragilidad, que no le permiten mostrar su angustia, aceptar que necesita ser ayudado en situaciones de impotencia vital? Las reacciones masculinas varían de acuerdo al trabajo personal que hayan hecho para vencer los mandatos arcaicos de género. Los más tradicionales están más desprotegidos frente a situaciones cambiantes que los descolocan de sus papeles tradicionales y son los que más se enferman, mientras que los más evolucionados pueden soportar con más madurez las adversidades, aunque con un trabajo psíquico que los enfrenta a nueva y necesaria imagen de la masculinidad que incluya el permiso a la fragilidad, el deseo de cuidar a otros no sólo en aportes económicos, sino en ternura, en tiempo sacrificado, en estar preparados para no recibir reconocimiento de parte de aquellos que ya sea por ser niños pequeños ya sea por deterioro senil resultan incapaces de retribuir lo que se les da.

Toda relación humana implica un intercambio. Siempre que recibimos algo de alguien, tal concesión genera una deuda que ata tanto al quien da los cuidados como a quien lo recibe. Es importante tenerlo en cuenta porque si esa deuda se niega, si se disfraza de generosidad incondicional, se paga con síntomas en la persona cuidadora  y en malestar en la persona cuidada. No se puede escapar a la deuda. Las reacciones de quienes saben que no pueden pagar lo que reciben varían de acuerdo a su carácter, a su madurez o inmadurez, lo que hará que en determinados casos aparezcan reacciones de malhumor en las personas cuidadas o depresiones melancólicas por sentirse imposibilitadas y obligadas a depender de otros familiares cercanos con quienes la relación puede no haber sido grata cuando  todos disponían de su propia autonomía. Y las reacciones de las personas cuidadoras al no sentirse retribuidas en su dedicación por alguna gratificación también variará de acuerdo al grado de madurez que le permita soportar las frustraciones, pero no hay que olvidar que éstas tienen un límite más allá del cual aparecen síntomas de malestar. Por eso es importante cuidar también a la persona que cuida. ¿Cómo se puede intentar preservar una relación del cuidado para que no aparezca el maltrato? No perdiendo de vista que la persona cuidadora tiene que darse un lugar y un tiempo placenteros para preservar su salud física y psíquica. Todos los cuidadores/cuidadoras no deben perder esto de vista. Colocarse en situación de salvador/a de otro es una posición que genera patologías serias. La exigencia desmesurada de tiempo que se pretende dedicar a otro para cuidarlo intentando suprimir o negar las exigencias del propio derecho al placer personal genera resentimiento que se hará sentir de manera sibilina en maltrato sutil o manifiesto hacia quien se pretende cuidar o bien en problemas físicos que responden a estas tensiones. El amor al otro tiene los límites que impone el necesario cuidado de nosotros mismos como cuidadores si realmente queremos ofrecer un alivio a quien cuidamos. Sólo de esa manera estaremos en condiciones de soportar la dureza de ciertas situaciones de cuidado cuando éstas se refieren a la gravedad que afecta a seres queridos indefensos que no pueden dar más que la sombra de lo que fueron en su tiempo y que en estas circunstancias sólo nos pueden pedir. Ellos sufren más el derrumbe cuanto más autónomos han sido y necesitan de nuestro cariño más que nunca, pero las personas cuidadoras debemos ser cuidadosas a la hora de poner límites, que pasan necesariamente por preservar nuestro espacio personal, nuestras necesidades, nuestros deseos, nuestro tiempo de esparcimiento placentero sin sentirnos culpables por ello, sino tener en cuenta que estamos cuidando nuestra propia salud. Para poder ofrecer cuidados cariñosos hay que preservar las condiciones para que ese cariño siga nutriéndose y no se convierta en resentimiento y en maltrato hacia quien se cuida, que es lo que puede suceder cuando el peso de la responsabilidad del cuidado recae en una sola persona. Que toda la familia se implique en el cuidado de las personas dependientes es una forma de cuidar no sólo a las personas cuidadoras sino también a las cuidadas. Tenemos una deuda con nuestros seres queridos, y no estaría mal que toda la familia recordara que si bien el intercambio que recibimos por parte de la persona cuidada es desigual en estos momentos en relación a los esfuerzos que debemos realizar, también ha sido desigual en nuestra infancia, cuando ellos nos han cuidado a nosotros. Pero las condiciones de vida actuales a veces hacen imposible que la propia familia se dedique al cuidado de la persona dependiente porque la Administración no ayuda con residencias accesibles, suficientes y dignas para toda la población necesitada de estos cuidados y  delega su responsabilidad política en los familiares más próximos, olvidando que es parte de su deuda devolver a aquellos lo que les corresponde, en este caso, creando las condiciones para que puedan ser asistidos en centros públicos adecuados a sus necesidades por personal preparado, que ayudara a sus propios familiares en el cuidado.  Como dice Serrat en una canción, no podemos abandonarlos después de habernos servido bien.  



CLAUDIA TRUZZOLI
Psicóloga y psicoanalista.
c.truzzoli@gmail.com         

viernes, 8 de febrero de 2013

IMPACTO DE LA JERARQUÍA DE GÉNERO EN EL EROTISMO MASCULINO



IMPACTO DE LA JERARQUÍA DE GÉNERO EN EL EROTISMO MASCULINO 
Malestares y patologías de la masculinidad reactiva.

Analicé en una ponencia anterior, un trabajo del que soy autora acerca del impacto de la jerarquía de género en el erotismo femenino[1]. En este escrito trataré de analizar el mismo impacto jerárquico en el erotismo masculino porque aunque sea un problema de hombres, se convierte en un problema para las mujeres que los acompañan. En casos extremos puede derivar en la violencia machista que conocemos con los resultados a vecs trágicos de sus manifestaciones. Hasta hace muy poco tiempo la masculinidad nunca se ha planteado a sí misma como objeto de análisis ni como problemática. En el discurso social estaba naturalizada, la que se planteaba como objeto de estudio y dificultades era la feminidad lo cual ha impedido visibilizar cómo el género sesga los análisis y silencia las dificultades de unos e hipertrofia las dificultades de otros. Las características estereotipadas que definen la masculinidad en nuestra cultura tales como ser racional, duro, control de las emociones, ecuanimidad, autosuficiencia, fuerza, valentía, coraje, agresividad, impaciencia, poca tolerancia a la frustración, violencia, etc. excluyen otras características tales como sensibilidad, ternura, comprensión, paciencia, emotividad, dependencia, dulzura, receptividad, fragilidad, temor, entrega, que se adjudican a las mujeres con el agravante que esas cualidades están buscadas en ellas pero minusvaloradas para ellos. Esta diferencia jerárquica hace que los varones afectados por una masculinidad tradicional no puedan aceptar en sí mismos ninguna de estas características por considerarlas femeninas con todas las consecuencias nefastas que acarrea para su vida propia y de relación. Dejar fuera de sí actitudes y rasgos que en rigor están presentes en mayor o menor medida dentro de cada uno de nosotros, sea cual sea el género en el que nos sentimos más representados, implica una pérdida de riqueza en el mejor de los casos y en el peor, conductas que pueden atentar gravemente contra la propia salud o la de los otros.

¿Qué es lo silenciado, negado y proyectado fuera de sí en los hombres que hacen de la masculinidad un mito insostenible por querer probarse ante sí y ante los pares que dan la talla? El sufrimiento masculino frente a la insuficiencia se manifiesta de varias formas pero no es reconocible como sufrimiento. Un ejemplo de ello lo prueba el hecho de que los hombres rara vez entran dentro del sistema sanitario por depresión, porque el Manual de Diagnóstico que se utiliza casi universalmente que es el DSM-IV, cuando describe la depresión, lo hace con estas características: tristeza y llanto, pérdida de placer, energía e intereses, cambios de peso o ritmos de sueño, inhibición, sentimientos de inutilidad o culpa, disminución de la concentración o pensamientos de muerte. Esta definición le cuadra muy bien a una mujer deprimida pero no permite reconocer a un hombre deprimido, lo cual quiere decir que está sesgada genéricamente por proponer la forma en que se presenta la depresión en las mujeres como la forma universal y única en que se presenta para ambos sexos. Resultado de ello es que la depresión en los hombres queda invisibilizada porque en ellos la tristeza por ejemplo, no suele ser reconocida como tal sino como ira o furia, el llanto es poco frecuente porque las normativas de género lo prohíben en los varones, la pérdida de placer, energía o intereses se adjudican al estrés o la ansiedad, los sentimientos de inutilidad o culpa no son reconocidos como tales, dando lugar muchas veces a la disociación y proyección de ese malestar en sus relaciones más íntimas con toda la violencia agregada, muchos casos de asesinatos o malos tratos de los compañeros sentimentales de las mujeres tienen su origen en esta cuestión. Otras veces el sentimiento de impotencia frente a la pérdida ya sea de trabajo, de estatus, de pareja, da lugar a conductas sobrecompensatorias como conductas de riesgo que se adoptan para demostrar/se potencia, temeridad, coraje, a veces, intentos simulados de suicidio, o asesinatos cuando la desesperación frente a la pérdida de referencia frente a las normativas de género, que en el caso de los hombres implica una pérdida del poder tradicional que siempre han gozado de cara a las mujeres, unida al abandono de sus mujeres, es un cóctel explosivo que deja al descubierto otro aspecto silenciado de la masculinidad mítica: la extrema dependencia que no es reconocida como tal excepto cuando falta la compañera que lo sostiene.

El malestar que se ahoga con alcohol, la negación de las emociones, el imperativo de ser proveedor, el empuje incuestionado al éxito a toda costa, suelen generar muchos infartos, úlceras, irritabilidad cronificada, maltrato, violencia, disociación y proyección del malestar insoportable en la acompañante más íntima, conducciones temerarias, que hacen muy difícil la convivencia con las personas que los acompañan. Las mujeres suelen ser depositarias de todos estos malestares masculinos que por sobrecarga terminan deprimiéndose y soportando una maleta que no les corresponde con un peso añadido, dado que son consideradas las enfermas, las frágiles, cuando en realidad son las que soportan y pueden hablar de lo que les pasa cuando están en un marco adecuado que les escuche. Pero cuando no lo están, suelen ser estigmatizadas por los profesionales que las atienden, quienes si no tienen una visión clara de género perpetuarán un sufrimiento sin resolverlo por tener una mirada errónea acerca de quien y qué lo promueve y esto no ayuda ni a varones ni a mujeres. Y eso puede ocurrir tanto en el sistema sanitario público como en el privado.  Muchas mujeres que consultan expresan su deseo de que su marido sea atendido porque perciben que una parte importante de su sufrimiento es inducido por la convivencia con el hombre con el que no logran hacerlo hablar de su malestar. Es curioso cómo para un hombre hablar de que algo va mal en él, es traicionar cierto mandato de género si se trata de sentimientos de impotencia, de tristeza, de angustia, siente que eso lo feminiza. Si las mujeres quieren hacerlos salir de su mutismo, en el que suelen encerrarse, se irritan más aún, se sienten acosados o bien, están los que se disocian y proyectan su malestar en sus mujeres culpándolas de ello. Frases tales como “mi vida contigo es un infierno”, “no te necesito para nada”, “qué feliz sería sin ti”, son frases que denotan una defensa maníaca frente a la dependencia no reconocida, a la manera del tango que dice “araca, cantemos victoria, estoy en la gloria, se fue mi mujer”. Hoy vemos que hacen muchos de ellos cuando realmente se va su mujer o les anuncia su deseo de separarse. No nos lo pueden contar las mujeres muertas por su actual compañero o su ex.

La psicóloga Victoria Sau en su artículo, [2] cita a dos sociólogos, autores de una investigación sobre la virilidad, (George Falconnet y Nadine Lefaucheur), quienes concluyen que la virilidad es un plus agregado a la masculinidad, que no se nace con él, sino que se gana con el tiempo y que puede llegar a convertirse en un  “mito terrorista por una presión social constante que empuja a los hombres a dar prueba sin cesar de una virilidad de la que no pueden nunca estar seguros: toda vida de hombre está colocada bajo el signo de una puja permanente.” La hombría se construye además como una enorme defensa frente a la homosexualidad, posibilidad erótica de la que los hombres más machos se sienten más amenazados, de ahí el carácter homofóbico o transfóbico tan presente en los hombres de estas características. Esta cuestión unida a la misoginia, tan presente en quienes quieren erradicar de sí todo aspecto considerado femenino, nos da como resultado que no hay demasiada diferencia entre un homosexual misógino y un hipermacho que alardea de su virilidad. Lo que une a ambos es el rechazo de lo femenino, que según sea la intensidad que presenta puede no solamente negar y proyectar lo femenino fuera de sí sino incluso llevar al rechazo de la mujer como elección erótica.
                               
Otro texto citado por la psicóloga Victoria Sau, en “Psicopatología diferencial de los sexos” inserto en el mismo artículo mencionado más arriba, cita a Lebovici, un psiquiatra francés y a una psiquiatra francesa, Colette Chilland quienes exponen “ el análisis realizado sobre más de siete mil expedientes infantiles examinados en el Centro de Salud Mental Alfred Binet durante quince años (del ’62 al ’77) donde se aprecia una sobrerrepresentación masculina, casi dos tercios del total, en trastornos relacionales y de conducta, reacciones neuróticas e inadaptación a la vida cotidiana. Sin llegar a la gravedad de la psicosis ni a requerir hospitalización, los síntomas son tan invalidantes que interfieren en los resultados escolares negativamente. Las niñas en cambio obtienen mejores calificaciones. Este hecho coincide con estudios realizados en otros países. Los autores opinan que se trata de una fragilidad psicobiológica en los niños a la que se añade una interacción entre las exigencias culturales relacionadas con la adquisición del mito de la virilidad, el imperativo de hacerse un hombre por medio de una identidad que se trata de fundar en no ser como una mujer y el equipo psicobiológico que jugaría en su contra. Todo esto tiene su coste.”

La misma idea se podría aplicar a porqué las niñas después de haberse mostrado tan brillantes en la infancia, retroceden y presentan dificultades cuando se hacen mayores, hecho que se puede atribuir al imperativo de los mandatos de género que las coloca en un lugar subordinado y sumiso. Virginia Wolf, señalaba que “durante todos estos siglos las mujeres han sido espejos dotados del mágico y delicioso poder de reflejar una silueta del hombre  de tamaño doble del natural “.[3] Super-hadas que poseen un poder mágico para agrandar el ego masculino y empequeñecerse en silencio. También existen otras super-hadas –las que llamamos superadas- que son las mujeres que pueden trasgredir los mandatos de género tradicionales, no sin luchas interiores y un trabajo personal que les permita des-sujetarse a sus estereotipos y convertirse en verdaderos sujetos de deseo.

Insisto en la importancia de tener en cuenta el rasgo de género en el tratamiento clínico o terapéutico. Les pondré otro ejemplo. Asistí a unas jornadas sobre trastorno límite de la personalidad, nombre que se aplica ahora a lo que antes llamábamos personalidades borderline o fronterizas entre la neurosis y la psicosis. Resulta que dicen que este trastorno afecta sólo a las mujeres y de hecho en las jornadas sólo se hablaba de ellas. ¿Es que los hombres no padecen trastornos límites de personalidad? ¿O es que el prejuicio es tal que no se lo reconoce en ellos cuando se presenta? En las mismas jornadas se presentaron fotos de mujeres que expresaban diferentes afectos y emociones: ira, temor, desconfianza, asco, alegría, tristeza, que se utilizaban como un test para ver si se reconocían esas emociones al serles presentadas a las mujeres con trastorno límite de personalidad.  Todas las fotos que mostraban emociones diversas eran de mujeres. La única foto que presentaba una expresión neutra era de un hombre. Esto evidentemente no es casual, sino un resultado ideológico que tiende a reforzar una cualidad genérica masculina donde lo racional y control de las emociones es patrimonio de los hombres. Aunque eso parece contradecir los hallazgos antes citados en el estudio que se realizó en Francia con niños varones en cuanto a sus trastornos relacionales, inadaptación a la vida cotidiana, lo que incluye intolerancia a la frustración, reacciones neuróticas, creando todo ese conjunto síntomas invalidantes. Los hombres más víctimas de los mandatos de género reaccionan muy mal frente a la frustración y la ira suele ser su manifestación más espontánea, amén de ser el telón que encubre el pánico del abandono. Podemos preguntarnos si todos aquellos hombres que asesinan a sus mujeres y luego intentan suicidarse no son aquellos que quedan excluidos del diagnóstico de borderline o trastornos límites de personalidad.

Desde el momento que la subjetividad masculina hegemónica, considera que es superior que la subjetividad femenina, los hombres se creen con mayor derecho que las mujeres a la libertad, a las oportunidades de crecer profesionalmente, de esperar correspondencia y apoyo por parte de las mujeres y ser bien tratados, lo cual ubica a sus mujeres en un papel complementario. Ser agresivo y duro es una normativa de género para esta masculinidad que da como resultado, como bien señala Luis Bonino, especialista en masculinidades y tratamiento de grupos de hombres,” la constitución de una subjetividad hiperreactiva, conformada por un yo centrado en sí mismo y en sus logros, un Yo-Ideal de perfección elevada y grandiosa, un sistema de ideales centrados en el control de sí y de otros, una erotización de la agresividad, predominio del deseo de dominio, tendencia a la acción como respuesta a un conflicto, vinculación desconfiada y poco empática, renuncia a las motivaciones de apego y un vínculo con las mujeres como objetos de mirada, deseo o utilización.” [4]
     
El no cumplimiento de estas normativas de género cuyo resultado es la constitución de una subjetividad muy rígida e hipercrítica coloca a estos hombres en una situación imposible porque nunca se pueden cumplir del todo esas normativas genéricas. ¿Dónde está el límite que permita descansar a un hombre si quiere probar que lo es cuando se lo desafía? Siempre hay un más allá que cree que podría alcanzar. Por otra parte si transgrede esas normativas e intenta ser diferente, más acorde con lo que espontáneamente siente, eso le provoca como mínimo ansiedad porque no deja de estar sometido a la crítica superyoica de las normativas de género lo que resulta en un vacío de sostén identificatorio alternativo que le angustia. Esta masculinidad se rige por la lógica del todo o nada, según Luis Bonino. Si algo no es masculino en él, nada lo es.  Por esta cuestión son víctimas de una hiperreacción para demostrar virilidad: despliegues de fuerza, riesgo, agresividad, exceso en consumo de alcohol y drogas, hipersexuación, hiperautosuficiencia, promiscuidad, no respetar reglas, conflictos con la autoridad, que si bien son síntomas adolescentes también se dan en varones en crisis vitales como pérdida del trabajo o de la pareja, heridas narcisistas a las que pueden responder con una sintomatología ansioso-depresiva o con una hiperreactividad. También están las que Bonino califica de “ patologías de la perplejidad que surgen de la puesta en cuestión de los mitos de la masculinidad que afectan a las masculinidades transicionales creando desconcierto, perplejidad, conflictos intersubjetivos con los nuevos roles deseados y temidos. Por ejemplo, dificultades para conciliar vida laboral y familiar, vergüenza a mostrar cambios y el reacomodo a nuevos roles que le restringen poder habitual sin que eso lleve acompañado un cuestionamiento de sí mismo.” “Esta pérdida de sostén identificatorio puede llevar también a conductas reactivas como abusos de poder, maltratos, deseos de hacer mal (sadismo) sobre el cuerpo, el psiquismo, las posesiones, la libertad de mujeres o de otros varones. El bulling, las novatadas, el ataque a homosexuales o transexuales, la irresponsabilidad anticonceptiva o de crianza y la delegación injusta de la carga de responsabilidad en la mujer.”

 Si alguien se sintiera tentado de explicar las patologías de la masculinidad, por las hormonas masculinas se les puede responder que si eso fuese cierto éstas deben de tener un gran poder de selección a la hora de actuar en el comportamiento masculino porque los hombres saben muy bien cómo contener su agresividad cuando les conviene, o sea, frente a sus superiores jerárquicos o de quienes dependen para lograr sus metas. O bien las testosterona es muy inteligente o bien habrá que pensar en causas menos simplistas. Como señala el psicoanalista Oscar Strada, [5]  “el hombre hasta el siglo XX asumió alegremente el papel de garante del orden simbólico como padre soberano y perpetuador de la ley de consanguinidad y de filiación entorno al poder. Los análisis biológicos modernos permiten separar el genitor del padre social garante del orden familiar, la fecundación in vitro escinde al hombre real de una función simbólica.” Una joven cuya familia es monoparental por decisión materna, dice que su padre es sólo un conjunto de esperma que ella no puede considerar como padre en su función simbólica. Hoy día los hijos se pueden criar en otras familias, con otros padres, con otras madres que pueden adoptar una función paterna, pueden adoptar el patronímico materno en lugar del paterno. Todos estos cambios que además se han desarrollado con una velocidad vertiginosa, “que implican una pérdida de lugar simbólico, pueden generar en el hombre  sujeto a esquemas tradicionales una angustia que lo puede conducir al asesinato y/o  al suicidio, como lo muestran cada vez más los casos de violencia de género” según Strada, “con lo cual el desafío contemporáneo para un hombre es reconocer a su mujer como una igual, no como el reflejo de su propio fulgor imaginario, que su destino es creer en ella y colaborar desde la paridad o su destino será el eclipse.” [6]

CLAUDIA TRUZZOLI
Extracto de una ponencia dada en el Centro de Cultura de Dones Francesca Bonnemaison. 15 de octubre de 2008.

[1] Impacto de la jerarquía de género en el erotismo femenino, en Revista del Seminario Interdisciplinar de Estudios de las Mujeres , Universidad de León.
[2] Vicrotia Sau, De la facultad de ver al derecho de mirar,  en Nuevas Masculinidades, compilación de Marta Segarra y Angels Carabí, eds.
[3] Virginia Wolf, Un cuarto propio. Ed. Horas y horas.
[4] Luis Bonino, Varones, género y salud mental: desconstruyendo la “normalidad”  masculina. En Nuevas masculinidades. Comp. de Marta Segarra y Angels Carabí, eds. Icaria.
[5] Oscar Strada, Furia y odio masculino, en Diálogos nº 62.
[6] Op. Cit.